lunes, 11 de marzo de 2024

Cuento : La Bañera, La Sirena y El Dragon (de Jorge Miramontes)

 LA BAÑERA, LA SIRENA Y EL DRAGÓN

Había una vez, en un país muy, muy, pero muy lejano, tan lejano que si querés ir tenés que

tomar un barco, veintidós colectivos y un tren, vivían en medio de un hermoso valle un

enorme dragón y una bella sirena. Él se llamaba Toto y ella Dorita. Vivían en un enorme

castillo con tantas habitaciones que a veces terminaban perdiéndose en ellas y no podían

encontrarse.

—Doritaaaaa!!! ¿Dónde estás?— gritaba Toto

—Acaaa Toto!!! — contestaba Dorita

—¿Dónde Dorita? ¿Dónde?

—Estoy en una habitación en el primer piso pero no sé bien cuál, Toto!

Y así estaban a veces días y días buscándose por las distintas habitaciones. Llegaron a estar semanas enteras sin poder hallarse, pero al fin cuando lo lograban ¡qué alegría!

—Tendríamos que mudarnos a un departamento más chiquito, Toto —decía Dorita, mientras se secaba las lágrimas y no dejaba de abrazar a Toto por el reencuentro.

— Así no nos perdemos más. — Pero amaban tanto ese castillo que les costaba irse a vivir a otro lado, y así andaban perdiéndose y encontrándose una y otra vez.

Una noche de verano en que Toto se había acostado y estaba comenzando a leer un libro de dragones, divisó por el rabillo del ojo algo que caminaba por la pared. Miró bien y allí la pudo ver. Una horrible cucaracha negra de enormes antenas subía con sus espantosas patitas por la pared que estaba al lado de la cama. Toto casi se desmaya. A pesar de que los dragones son animales tan imponentes no hay nada a lo que teman más que a una pequeña cucaracha. No pueden soportar ver una; se desesperan, se paralizan, se hacen pis encima, se les seca la garganta y no pueden vomitar su fuego, que dejaría en un santiamén al pobre bichito reducido a un montoncito de cenizas.

Lo cierto es que Toto entró en pánico y salió desesperado volando por la ventana. Y voló y voló lejos hasta llegar a la cima de la montaña más alta de la zona, y allí se quedó temblando del susto con las alas extenuadas por tanto esfuerzo.

La Dorita, cuando dejó de tejer como hacía todas las noches, y se fue a acostar, notó con sorpresa que Toto no estaba en el dormitorio. Comenzó enseguida a buscarlo por todas las habitaciones del castillo.

— ¡Totoooo!¡Totooo! ¿Dónde estás? ¡Dejá de hacer bromas Toto!

Tres semanas estuvo intentando dar con él. Recorrió una y otra vez cada rincón del castillo.

Subió y bajó la escalera cientos de veces sin darse tiempo para dormir o para comer. Al fin, una mañana, ya cansada y desanimada, se asomó a un ventanal para llorar su pérdida.

Grande fue su sorpresa cuando pudo divisar, allá lejos, detrás del bosque de pinos, en la punta de la más alta montaña, la figura inconfundible de su amado Toto.

Los dragones, por si no lo saben, son como los gatos. Suben y suben a cualquier lado sin problemas, pero después no saben bajar. Y ahí estaba el pobre, muerto de hambre y ahíto de frío, llorando y llorando sin cesar.

La Dorita no dudó un instante: tenía que ir a buscarlo; el problema era que las sirenas no pueden permanecer mucho tiempo fuera del agua. Debía entonces buscar la manera de llegar a la cima de la montaña sin morir en el intento. Así fue que se le ocurrió una brillante idea: desprendió la bañadera del baño, le puso las ruedas de dos bicicletas, el motor de una camioneta, la llenó de agua y salió sin dudarlo al rescate de su amor.

Atravesó el bosque de pinos esquivándolos con presteza, perdiendo solamente algo de agua en la travesía. Llegó así al pie de la montaña y comenzó a subir no sin esfuerzo a bordo de su bañera motorizada. El problema era que al ascender, la inclinación y el movimiento oscilante, hacían que el agua se fuera derramando sin cesar, hasta que llegó un momento en que la pobre Dorita se quedó sin una gota donde sumergirse. Cuando pensaba que todo estaba perdido y comenzaba a desfallecer, logró llegar a una altura en que la montaña comenzaba a cubrirse de nieve. Ahí fue que se le ocurrió una idea salvadora: tomó la nieve, llenó la bañadera con ella y santo remedio. Con el sol y el movimiento la blanca nieve comenzó a derretirse y ello le permitió a la bella sirena seguir subiendo sin problemas.

Cuando Toto escuchó el ruido de un motor acercándose, y vio algo blanco que trepaba el cerro, no podía entender lo que pasaba, hasta que escuchó un grito inconfundible:

—Totoooo! ¡aquí voy!

—¡Doritaaa! ¡Doritaaa!

El reencuentro fue algo memorable. Se unieron en un abrazo interminable, felices como nunca de estar juntos nuevamente.

—Ahora Toto, escuchame bien: sujetate con tus garras del borde de la bañera que vamos a bajar, — le dijo Dorita con voz decidida..

— ¡Te-te- tengo mucho miedo, Dorita! — susurraba Toto sin dejar de temblar.

—Agarrate fuerte y cerrá los ojos, confiá en mí. — trató de tranquilizarlo Dorita.

Y así comenzaron la vertiginosa bajada. La Dorita sumergida en la nieve derretida y el Toto con sus largos dedos amarrándose fuertemente en la bañera con los ojos cerrados.

Parecía que iban viajando en una montaña rusa. A medida que descendían a una velocidad increíble sólo se escuchaba el atronador grito del Toto:

–¡¡Aaaaaaaaaahhhhhh!!!

Al llegar abajo llevaban tal velocidad que les fue imposible frenar por lo que el impulso los llevó a un pequeño monte contiguo que terminaba en un precipicio. Comenzaron así a ascender inducidos por la velocidad con que venían. Al llegar al abismo, la pobre bañadera salió catapultada por el aire sin control. Así, de pronto, la pobre Dorita y el pobre Toto se encontraron flotando a doscientos metros de altura, encima del bosque de pinos. El dragón logró entreabrir sus ojos superando el pánico, y cuando se dio cuenta que si no hacía algo se estrellarían contra el piso, no dudó, desplegó sus alas y comenzó a volar sosteniendo con firmeza a la bañadera que tenía en su interior nada menos que a su querida Dorita. Ella se asomó aterrorizada y pudo ver como el Toto, con sus imponentes alas, la llevaba sana y salva planeando hasta el castillo.

Con amorosa suavidad, Toto depositó a la bañadera con Dorita en la puerta de su hogar. Se abrazaron nuevamente largos minutos en silencio, emocionados y felices por haber llegado sin un rasguño después de tamaña travesía, hasta que “el valiente dragón” le susurró a Dorita en el oído:

—Dorita, por favor, entrá vos primero y fijate si todavía está la cucaracha.

Te puedo dar un abrazo?

Los pibines se me vinieron al humo y rodearon la mesa donde estaba la valija cerrada y dispararon sus preguntas : -Como hiciste el fuego? -E...